La ansiedad lo consumía, necesitaba verla, necesitaba saber que ella estaba ahí y que aún lo amaba, necesitaba tenerla entre sus brazos, ese frágil y pequeño cuerpo que albergaba aquella mujer fuerte de cabellos desordenados. La veía sonreír, con sus formas elegantes y sus movimientos lentos, con su cara adormilada y su risa alegre y sincera, la veía sonreír y su alma se encendía. Pero ella estaba lejos, y su risa, sus maneras, sus movimientos y su felicidad estaban con ella, y él la necesitaba, casi tanto como un alcohólico necesita una botella de ron, o como un drogadicto necesita su dosis diaria, él quería tenerla, besarla, estrujarla entre sus brazos, que ella supiera -y que nunca olvidara- que era suya y nada más. Pero no era suya, eso era lo que la hacía hermosa, que no terminaba de ser suya, porque él podía tenerla, besarla, hacerla reír, llorar, y gemir, pero ella podía irse cuando quisiera, podía no estar, ella no era suya, porque no es tuyo nada de lo que amas, y a él no l...