Ella, él y la luna.
Gemidos, mordiscos, pasión... él sabía a ángeles y ella a luz. Él intentó colarse entre sus sueños, entre sus noches, ella eliminó cada prejuicio, cada duda, cada dilema y lo dejó entrar... y fue lo más hermoso que pudo vivir. Se refugiaban en el cuerpo del otro como un niño se refugia detrás de la falda de su madre, la noche se hizo su amiga, nunca la dejaron huir, cuando la luna ocupaba el lugar del sol ellos estaban ahí para hacer que cada estrella valiera la pena. Porque ella era suya, él se encargaba de eso, poniéndole un sello con sus labios en cada rincón de su pálido y mullido cuerpo lleno de cicatrices. Ella velaba sus sueños, sabía sus miedos, protegía sus secretos y lo amaba, que era quizá lo que más necesitaba. Y todo aquello se volvió sagrado para ellos, y se convirtieron en infinitos amantes de utópicas noches, se hicieron el amor tantas veces que conocían el cuerpo del otro, cada rincón del cuerpo de ella, los labios de él lo habían pisado, cada trozo de piel de es