Ardiente.
Sentí lo ardiente del licor deslizarse por mi garganta, él podía ser abstemio, pero yo no, el alcohol me gustaba, no podía negar eso.
Lo miré con detenimiento, había cambiado tanto estos años, como yo, pero no estaba esmirriado como pensé, como deseé, a ser sincera, estaba incluso mejor que antes.
Me preguntó por mi vida ¿Cómo se atrevía? Después de que él mismo acabo con ella.
Bebía de su taza de café con elegancia, comentó algo sobre ir a Francia esporádicamente, yo sabía a lo que se refería, la verdad fingí ser tonta, cuando me incluyó en sus planes.
Luego de eso comenzó a indagar en mi vida privada, con comentarios mordaces y preguntas fuera de lugar y subidas de tono.
NO HE ESTADO CON NADIE ¡No he tenido a nadie desde que te fuiste! Por supuesto que no dije eso, más bien comenté algo sobre no tener nada serio.
Vi el arrepentimiento en sus pupilas, pero supe que no se arrepentía de dejarme, supe que se arrepentía de que ella no hubiese sido como yo, por eso usé un vestido amarillo ese día, porque sé que odia ese color, y así no le darían ganas de arrancármelo, también pedí aquella copa por él, bien, no, eso si había sido por mi debilidad por el alcohol.
No deberías beber.
¿Qué cosa? ¿No debería beber? Ahí fue cuando me pregunté si yo era la única incómoda en aquella mesa, estaba ahí, después de un año, con esa persona que era la raya de mi mano catalogada como "relación importante", con la que terminé de la peor manera posible, y esperaba que no bebiera, cínico.
Volví a mirar sus pupilas, esos estúpidos orbes celestes, imbécil, y volví a beber, porque sólo el licor ardiendo como fuego en mi garganta podía compensar las ganas de volver a hundirme en esos orbes azules.
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