Cotidianidad.
"Nunca tuve tantas ganas de ponerle a mi rutina tu nombre como ahora. Es como añadirle una exclamación a un puñado de frases corrientes."
-Elvira Sastre.
El día más feliz de mi vida, fue el día en que me di cuenta que eres parte de mi cotidianidad.
Me desperté esa mañana, como de costumbre, demasiado temprano, me estiré y te miré dormido a mi lado, sonreí al ver tu pecho subir y bajar lentamente y rocé tu cabello con mis dedos, deposité un beso en tu mejilla y te revolviste dormido.
Fui a lavarme y luego a preparar el desayuno, te hice tu comida preferida, porque ese día sentí que te amaba un poquito más, dejé todo preparado mientras tomaba una ducha y comenzaba a arreglarme, noté que me observabas desde la cama, sin decir palabra, estás ciego como un topo, así que te vi entrecerrar los ojos de esa forma tan graciosa en que lo haces.
Cuando estuve lista te escuché levantarte mientras servía la mesa, no sé cómo lo haces, pero tienes el don de estar preparado en un par de minutos, cuando me senté, salías de la habitación arreglándote la corbata, te acercaste y depositaste un beso tierno en mis labios.
-Buenos días, princesa.- Susurraste aún un poco aturdido.
-Buenos días, cielo.- Respondí con una sonrisa brillante, una que guardo sólo para ti, y tú me la devolviste, mostrando tus dientes perfectos, con esa sonrisa que enamoraría a cualquiera y por la que tantas veces me he derretido.
Cuando terminamos de comer, salí al trabajo, durante todo el día estuve con la cabeza en otro lugar, por un momento olvidé tu existencia, abrumada por los problemas, y entonces viniste a mí a medio día como una imagen fugaz, y sonreí, tomé el móvil para teclear las mismas palabras que te decía cada día desde los últimos años.
Te amo, me haces una falta increíble.
Y recibí la misma respuesta que me dabas todos los días.
Te amo, tú también a mí, princesa.
Y seguí en lo mío, un poco más llena y tranquila (la paz que me traes es indescriptible)
Permanecí en la oficina mucho tiempo, quizá demasiado y cuando vi la hora pensé que probablemente ya irías camino a casa, pero tenía que terminar aquel caso, continué ignorando todo por un momento, y para cuando subí al auto para volver, mi cabeza retumbaba y sólo podía desear estar entre tus brazos.
Cuando llegue a casa ya estabas ahí, veías la televisión mientras preparabas algo que desprendía un olor delicioso, corrí a abrazarte tan fuerte que pensé que iba a partirte en dos, tú besaste mi cabeza y sonreíste.
-¿Qué tal tu día, princesa?-
-Agotador. ¿Qué tal el tuyo?-
-Estresante.-
Sonreímos mirándonos y me diste un beso en los labios.
Serviste la cena mientras yo me daba una ducha y me senté contigo, hablamos durante un rato, luego tu trajiste unas cervezas, y tomaste mi mano para caminar al pequeño balcón que tenía una bonita vista de la ciudad, me senté en tus piernas y seguimos charlando durante un rato.
De repente nos quedamos callados, y es que después de tanto tiempo juntos quizá no queda nada que decir, pero ese momento me pareció eterno, como acariciabas suavemente mi pierna, el trago largo de cerveza, la brisa que me helaba la piel, la cotidianidad del momento.
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