Margaritas
Miraba las margaritas en sus manos, le traían infinitos
recuerdos, a su mente se vino la nena de trenzas que solía ser, corriendo de un
lado a otro en el pequeño departamento que compartía con su madre, antes de
acompañarla al mercado los sábados por la mañana pasaban a comer unos
deliciosos pasteles de carne, y luego
iban de compras, su madre siempre compraba un ramo de margaritas para adornar
la casa, desde entonces se convirtió en su flor favorita.
Cuando era una adolescente, aún bajita y sorprendentemente
pálida, un chico tembloroso y asustadizo le regaló margaritas, y un beso, ella
no pudo sino sonrojarse y agradecer casi sin voz.
Y después con el tiempo, ya nadie le regaló margaritas.
Entró a la universidad y conoció a ese hombre de espalda
ancha y piel de porcelana, no lo conoció en la universidad, pero ella estaba en
la universidad y de ese tiempo sólo puede recordar la preocupación constante,
los apuntes por toda la mesa y los orgasmos que él provocaba… y la forma en que
caminaba, y como hablaba, como tomaba su mano.
Luego, compraba margaritas para su propia casa, era un
departamento mínimo en el centro de Madrid, la verdad es que llegó a
detestarlo, porque era tan pequeñito como ella, pero le encantaba ese
escritorio que tenía frente a la ventana, con sus libros de postgrado y una
foto de su amado, que estaba lejos.
Y un florero con margaritas.
Pero luego él vino a su encuentro. Caminaba igual, hablaba
igual, tomaba su mano igual, y ella le amaba igual, corrió hacía él y lo abrazó
con tanta fuerza que tumbó las margaritas que le llevaba, y se esparcieron por
todo el suelo del aeropuerto.
Y ahora estaba ahí, con ese arreglo de margaritas entre sus
manos, caminando lentamente al altar, y él sigue teniendo la espalda ancha y la
piel como de porcelana, y sigue siendo su amor, no podía ser de otra manera,
con o sin el tiempo a favor, con o sin problemas.
Con o sin margaritas.
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