Buenos días, princesa II
Se detuvo un momento a pensar porque ahora que lo notaba, ese momento, ese preciso instante era el más feliz de su vida.
Ella parecía no haberlo notado, seguía degustando sus camarones, sonrió ampliamente al verlo observarla y continuó parloteando sin darse cuenta de nada, sin notar que estaba siendo participe del mejor momento que podía recordar.
Se acomodó el cabello detrás de la oreja, se veía preciosa, tenía la piel bronceada, pues ya llevaban varios días en la playa y el cabello al natural, nunca se lo dejaba al natural, con lo precioso que le quedaba, no podía saber de qué hablaba pero veía sus labios moverse y reír, y él reía, porque ella lo hacía feliz.
-¿Entendiste el chiste?- Preguntó ella riendo a carcajadas.
Él asintió riendo igualmente pero la verdad es que no sabía de qué hablaba.
Cuando terminaron de comer caminaron por la playa hacia la posada donde se hospedaban, ella reía y corría con ese vestido mínimo que dejaba ver su bañador, estaba descalza, parecía una niña pequeña, o una mujer feliz, o ambas.
Cuando llegaron pudieron escuchar la música y ver el fuego de una fogata que se hacía todas las noches, vieron la gente bailar y reír con tragos en la mano.
-Vamos a quedarnos un rato.- Pidió ella sonriente, él no podía negarse, nunca podía negarse a esa preciosa sonrisa, tan natural, tan verdadera, le encantaba pensar que la hacía verdaderamente feliz.
Pidió unas cervezas en la barra y caminó hasta donde ella se encontraba con un grupo de gente.
Adoró ese momento, con el ambiente cálido y salado, el mar que sonaba tranquilo a su lado, su preciosa siendo parcialmente iluminada por la luz de la fogata, ella bailaba al ritmo de una salsa de Rubén Blades, movía las caderas de un lado a otro, lo tomó de la muñeca y lo atrajo hacia sí, la verdad es que él no bailaba muy bien, pero cuando ella tomaba sus manos y las ponía en su cintura se sentía ligero.
Bailaron un buen rato, él no podía evitar subir levemente su vestido, tocar sus muslos tersos y bronceados, besar su nariz, olía a protector solar y loción, era deliciosa.
Cuando la madrugada llegó se fueron a dormir, es increíble que tuviera tanta energía esa pequeña mujer, tomó una ducha y fue directo a la cama, totalmente desnuda, con los hombros rojizos salpicados de pecas, era un hada traviesa.
A la mañana siguiente no la sintió en la cama, tomó una ducha y salió, se asomó al balcón de la posada, de donde se veía la playa, desde que llegaron ella parecía pertenecer al mar, sólo quería estar en el agua, pero en ese momento estaba jugando con unos niños en la arena, corría detrás de un balón por la playa.
¿Cómo podía existir sin darse cuenta del mundo que se hallaba en ella?
Se acercó corriendo y alzó por la cintura, besando su cabello.
-Buenos días, princesa.- Le susurró dulce.
Ella parecía no haberlo notado, seguía degustando sus camarones, sonrió ampliamente al verlo observarla y continuó parloteando sin darse cuenta de nada, sin notar que estaba siendo participe del mejor momento que podía recordar.
Se acomodó el cabello detrás de la oreja, se veía preciosa, tenía la piel bronceada, pues ya llevaban varios días en la playa y el cabello al natural, nunca se lo dejaba al natural, con lo precioso que le quedaba, no podía saber de qué hablaba pero veía sus labios moverse y reír, y él reía, porque ella lo hacía feliz.
-¿Entendiste el chiste?- Preguntó ella riendo a carcajadas.
Él asintió riendo igualmente pero la verdad es que no sabía de qué hablaba.
Cuando terminaron de comer caminaron por la playa hacia la posada donde se hospedaban, ella reía y corría con ese vestido mínimo que dejaba ver su bañador, estaba descalza, parecía una niña pequeña, o una mujer feliz, o ambas.
Cuando llegaron pudieron escuchar la música y ver el fuego de una fogata que se hacía todas las noches, vieron la gente bailar y reír con tragos en la mano.
-Vamos a quedarnos un rato.- Pidió ella sonriente, él no podía negarse, nunca podía negarse a esa preciosa sonrisa, tan natural, tan verdadera, le encantaba pensar que la hacía verdaderamente feliz.
Pidió unas cervezas en la barra y caminó hasta donde ella se encontraba con un grupo de gente.
Adoró ese momento, con el ambiente cálido y salado, el mar que sonaba tranquilo a su lado, su preciosa siendo parcialmente iluminada por la luz de la fogata, ella bailaba al ritmo de una salsa de Rubén Blades, movía las caderas de un lado a otro, lo tomó de la muñeca y lo atrajo hacia sí, la verdad es que él no bailaba muy bien, pero cuando ella tomaba sus manos y las ponía en su cintura se sentía ligero.
Bailaron un buen rato, él no podía evitar subir levemente su vestido, tocar sus muslos tersos y bronceados, besar su nariz, olía a protector solar y loción, era deliciosa.
Cuando la madrugada llegó se fueron a dormir, es increíble que tuviera tanta energía esa pequeña mujer, tomó una ducha y fue directo a la cama, totalmente desnuda, con los hombros rojizos salpicados de pecas, era un hada traviesa.
A la mañana siguiente no la sintió en la cama, tomó una ducha y salió, se asomó al balcón de la posada, de donde se veía la playa, desde que llegaron ella parecía pertenecer al mar, sólo quería estar en el agua, pero en ese momento estaba jugando con unos niños en la arena, corría detrás de un balón por la playa.
¿Cómo podía existir sin darse cuenta del mundo que se hallaba en ella?
Se acercó corriendo y alzó por la cintura, besando su cabello.
-Buenos días, princesa.- Le susurró dulce.
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