Sempiterno.
Desde el preciso día en que vi tu
sonrisa iluminar mi vida desde el otro lado de la calle supe que el fin estaba
cerca. El fin de mi cordura –la poca que me quedaba para entonces-, por
supuesto.
Desde el primer mensaje, confuso
y divertido, supe que esta sería una historia descabellada y emocionante.
Desde el preciso instante en que
te vi a través del cristal del café donde te esperaba impaciente, terminando tu
cigarrillo con nerviosismo antes de entrar, sin sonreír, mientras me tomaba un
café, sin esperar nada a cambio, supe que te querría para toda la vida.
Desde el preciso momento en que
nuestros labios se unieron en un beso tierno e inocente, sin mucho compromiso y
con bastante emoción, desde ese instante, supe que este amor sería sempiterno.
¿Y cómo no? Si despertar cada día
a tu lado es lo que me da la fuerza para seguir y las ganas de quedarme en la
cama, en medio de la desnudez y tu calor, sintiéndote contra mis nalgas,
respirar pausado, como si nada te preocupase, como si toda la vida se resumiera
en ese momento, en un anhelo incesante por tenerte cerca.
Eres tan inquieto en medio de tu
silencio, que cuando te veo, casi escucho tu mente trabajando, agobiada.
Me encanta la forma posesiva y
masculina en la que me amas, como queriéndome beber entera, de un sorbo, como
si me fuese a esfumar de un momento a otro, queriéndome cerca, siempre.
Supe que esto sería para siempre,
desde el momento en que en medio de la noche buscaste mi mano, tanteando la
cama, medio dormido, para tomarla con fuerza y seguir soñando.
Y no sé si mañana estés a mi
lado, o sonriéndole a otras gentes o llorando otros males, pero tengo la plena
certeza de que este amor será sempiterno, porque no podría sacarte de mi alma,
porque eres de las personas que arden.
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