En soledad

Llega hasta mis oídos el murmullo del silencio, ese tenue pitido que te recuerda una y otra vez que estás sola, el espacio se vuelve más grande y la mente viaja a lugares inimaginables, muchas veces nos engaña, burlándose de nosotros y haciéndonos pensar cosas que no queremos pensar, que no debemos pensar.
En soledad todo cala mil veces más hondo.
Sientes el frío acariciar tu piel como un amante nocturno, escuchas todo lo que sucede afuera como una película, como una mentira, como algo totalmente ajeno a tu realidad, y te preguntas qué pasará por la mente de esas personas.
Te vuelves más huraño, más esquivo, más callado. Porque últimamente no hay nada que decir, porque últimamente no pasa nada.
En soledad no pasa nada.
Y cualquier roce por fugaz que sea, te hace latir el corazón a mil por hora, esa mirada, su mirada, se hace más profunda cuando no está, y la extrañas, y extrañas los besos de sus labios suaves en el cuello, extrañas sus dedos hábiles en tu cabello, y su voz ronca y calurosa en tu oído, extrañas su risa fuerte y sincera, extrañas su presencia, silenciosa, y te preguntas porqué es tan estruendosa su ausencia. 
Porque en soledad todo es más especial. 
El corazón se siente pequeñito, y parece que nunca acabará el día. 
En soledad el tiempo pasa más lento, y el todo pasa tan tardado como el otoño.
Pero basta que llegue él, con su andar seguro y desordenado, no importa si miente o si dice la verdad, no importa si llega con esa actitud evasiva que tanto te molesta, no importa si no está de humor para ser tu arte, porque es tu arte incluso cuando no está de humor. 
Porque él te quita la soledad permanente en la que vives, porque lo quieras aceptar o no, él ha sustituido la voz en tu cabeza que te susurraba el nombre de los demonios. 
Quizás él es tu nuevo demonio.
Pero sólo sabes que parece un ángel.
Y que te encanta. 


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