Pesada, pesadísima.

La gente pasa frente a mí, pero son sombras difusas.
Todo a mi al rededor carece de sentido y la soledad parece consumirme a cada minuto que pasa.
No soporto este peso en el pecho, ni este vacío en el estómago, no puedo con este sentimiento de miedo que constantemente me ataca y que parece ganarme en las noches cuando sólo estoy con mis pensamientos.
Su simple presencia ha logrado desmoronar mi mundo por completo, y probablemente él está allá afuera, ajeno al caos que me causa.
Le temo.
Temor, palabra recurrente en mi vocabulario... 
Ojalá tuviese la mitad de tu temple, la mitad de tu valor para afrontar los peligros de la vida con tu rostro inmutable y tus labios apretados.
Sólo soy una niña, otra vez soy una niña de catorce años.
¿Cómo huyes de algo que siempre estará contigo? 
¿Cómo le dices que no a los recuerdos amargos?
¿Cómo niegas lo evidente?
Sólo hubo un tiempo en que me sentí más sola que ahora, y me encontraba realmente sola con mis demonios.
Todo regresa, pero quizás yo he cambiado.
Todo regresa, con nuevas energías y nuevos retos, con nuevos problemas que yo misma me he buscado. 
Pero es tu actitud ante la adversidad la que dice quién eres. 
Justo ahora todo son sombras difusas, un dolor de cabeza fuerte, un peso enorme en el pecho y una tarea titánica.
Pero quién sabe, quizá mañana todo sea una mala pasada, una pésima noche.
Me pierdo.
Pero quién sabe, quizá mañana me encuentre.
O quizá no.
Quizás llegó el fin. 
Quizá la farsa ha terminado. 

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