Cuento

 Había visto venir esa situación, la primera vez que vio sus ojos marrones, la primera vez que vio su sonrisa torcida, su cerebro le envió la señal de peligro.


Primer acto: Preludio.


Se enorgullecía de ser una mujer inteligente, por lo tanto, sabía cómo acabaría aquello, incluso se lo había imaginado en su cabeza como un mecanismo de defensa para ahuyentar las mariposas en el estómago. 

“¿cómo acabó las últimas veces?” “¿recuerdas siquiera cómo te sentiste?” “por favor, rebobina e intenta recrear el sentimiento, la ansiedad, las ganas de escribir, el corazón roto en la garganta y el daño que hace el rechazo.” 

Se sintió amargo en su boca.

Hasta que él besó sus labios.

Estaba perdida.

Su rutina bien estructurada y su vida organizada se habían venido abajo.

Se jactaba de ser una mujer pragmática, pero se vio sonriendo sin razón mientras recordaba una palabra o un gesto, su cerebro le gritaba con fuerza que no lo dejara entrar, pero ella negoció un espacio aquí y allá, hasta que sin darse cuenta, vivía sin renta en su cabeza.

De repente la vida era dulce, amor, que palabra increíble, que sentimiento tan complejo, y qué fácil fluía en ella.

Si se roza la boca con la yema de los dedos todavía puede sentir el cosquilleo de sus labios.

No supo en qué momento pasó de gustarle a amarlo, no fue tal difícil, a ella le gustaban las cosas que necesitaban un poco de trabajo, los caparazones sólidos, los corazones cerrados, las sonrisas tristes, las historias largas.

Su manía de encontrar algo que contar todo el tiempo la hacia arriesgarse por la historia, las letras siempre habían sido su debilidad, de algo había que morirse y la tristeza también escribía, de una u otra manera, saco algo bueno de esto, pensó.

Y entonces compartieron tantas cosas, historias, secretos, risas, murmullos, gemidos, camas, besos, caricias, comida, experiencia, dolor, trabajo y la vida…


Segundo acto: La historia


Pero nada era nunca tan dulce, nada duraba demasiado.

Aquí y allá comenzaron a aparecer obstáculos, y durante días, meses, años, los sortearon juntos.

Se gritaron, hubo lágrimas, también hubo risas y besos, no todo fue malo, pero no todo fue bueno, en fin, no tengo que explicarles cómo es la vida, si todos tenemos el privilegio o la desdicha de vivirla.

Había cosas que dolían, había cosas que aún duelen, algunas heridas nunca sanan, por mucho que lo intentemos el daño es daño, y a veces es irreparable.

¿Existen en estos casos víctimas y victimarios? ¿O somos todos esclavos de la espiral de dolor y confusión en que puede convertirse la vida? Quién sabe.

Todavía había mariposas cuando lo miraba, todavía sonreía con su sonrisa, tal vez simplemente existía para amar, no para ser amada, pensó.

Porque ama, todavía, tan fuertemente, tan ardientemente, que quema todo a su paso, que arde desde adentro, tanto que lastima.

Lástima, lastima.


Parte tres: Bajad el telón, la farsa ha terminado.


No se podía ser feliz por siempre.

¿O si? 

La vida era muchas cosas, justa no siempre figura en esa lista.

Así que ahí sentada, en medio del departamento lleno de cajas, lo recordó, fumando un cigarrillo, nervioso, su falsa seguridad, su risa fácil, sus manos imprudentes.

Soltó una carcajada entre lágrimas.

¿Se puede alguna vez dejar de amar? No, ahora está segura, una vez que amas, amas para toda la vida, amas para siempre, incluso después de la muerte.

Una energía de esa magnitud, que te desborda, que te quema y que te hace explotar, de risa, de rabia, de placer, de tristeza, no puede transformarse en algo que no sea otro tipo de amor.

“Te amo, te amaba y te voy a amar siempre.” Le susurró, porque sabía que donde quiera que estuviese, él la iba a escuchar.

Y puso la tetera al fuego.


Parte 4: Resurrección.


Se preguntó tantas veces quién era ella sin él, que como toda mujer inteligente, no le quedó más remedio que buscar hasta encontrar la respuesta.

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