Pensando cada día en el final.

Veinticinco primaveras desde tu partida, una tras otra las flores en otoño caían, el sol quemaba mi piel pálida aquel verano y tus abrazos me brindaban calor en el invierno. Besabas mis rosadas mejillas con tal delicadeza que parecía que jamás las tocabas. 
Tu mirada era tan dulce como aquel café con el que despertaba, tenerte tan cerca que podía sentir tu respiración nerviosa en mi frente, tenerte tan cerca... tan cerca que sentía tu calor. Y juntos comenzábamos a decir incoherencias, imposibilidades, sueños descabellados y de vez en cuando vanidades. 
Las sonrisas salían espontáneamente, entre miradas de pasión y besos largos se colaban las carcajadas y las bromas que hacían cada segundo más divertido. 
Fui tu musa tanto tiempo, nuestro amor es longevo... 
Y entonces de un día para otro comenzaron a salir tus demonios, esos pequeños desgraciados que se habían escondido entre tus rizos... esos pequeños desgraciados que en un principio me enamoraron. 
Fue entonces cuando decidimos alejarnos pues ya no habían carcajadas ni besos largos, y nuestro amor se volvió una figura abstracta, una pintura vacía, pasó de ser tan sublime, tan admirable, a ser indeseado y odioso... un amor peligroso, adictivo, excesivo y lleno de incertidumbre.
Pensando cada día en el final... 

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