Una florecilla mustia.

-Basta, sólo detente ¡DETENTE!- Gritó sin poder evitarlo, la desesperación se estaba apoderando de ella. 
-¡¿Qué?!- Preguntó ella volteándose, su cabello castaño se movió con gracia y cayó suave sobre su hombro desnudo. -¿Qué quieres? ¿Seguirás juzgándome?- La voz le sonaba estrangulada, pues intentaba contener las lágrimas, últimamente todo era un drama con ella. 
-Detente...- Le susurró ella otra vez acercándose lentamente, se miraron a los ojos, Kitty tenía hermosos ojos castaños, enormes, expresivos, y ahora llenos de dolor, siempre pensó que ese era su atractivo. -Detente, pequeña.- Le dijo suavemente.
Kitty apretó los labios con fuerza hasta que sólo fueron una línea en su pálido rostro, que diferente se veía ahora de la niña risueña y alegre que era antes, cuántas cosas la habían llevado hasta el borde de ese abismo en el que se encontraba, ella puso su mano suave en su mejilla, y la acarició, Kitty soltó un gemido ahogado y las lágrimas comenzaron a salir a mares de sus dulces ojos. 
Pobre niña, pensó ella, pobre solitaria y niña. La dejó llorar hasta que las lágrimas corrían silenciosas y ella miraba al suelo con resignación.
-No lo sé.- Susurró suavemente, y se quitó el cabello de la cara con un movimiento suave.
Ella frunció el ceño, de nuevo esas tres palabras que tanto detestaba "no lo sé." esas palabras que se habían vuelto parte del vocabulario de Kitty desde hacía unos meses, últimamente Kitty no sabía nada, ni de los demás, ni de sí misma, especialmente de sí misma.
-Sí lo sabes, Kitty, lo sabes, y yo lo sé, y todos lo sabemos.- Le dijo ella mirándola fijamente. -¿Dónde quedamos?- Preguntó, Kitty dejó de mirarla y por un momento pareció indefensa. -Mírame ¿Dónde quedamos nosotras?- Preguntó.
-No lo sé, no puedo encontrarte, te veo, pero no puedo encontrarte.- Susurró. 
-Aquí estoy, Dios ¿Por qué no haces un esfuerzo por alcanzarme? ¿No soy lo que querías? ¿No te lo repetías una y otra vez?- 
Kitty jugó con un mechón de cabello y la miró con timidez, era cierto, ella era lo que quería, ella, segura, firme, feliz, sencilla, con su cabello castaño y largo y su sonrisa fácil, y la tuvo, por un momento la tuvo, luego simplemente permitió que todo se interpusiera, que todo fuese más importante, que aquello fuese más importante. 
Kitty levantó su mano suavemente y la puso en el espejo. 
-¿A dónde fuiste?- Susurró, pasando los dedos por su reflejo, miró sus ojeras malva en esa carita pálida, su reflejo le sonrió, una sonrisa rota y cansada.
¿En qué se había convertido? ¿Quién era esa persona que le devolvía la mirada? Esa no era Kitty, esa era otra persona, la Kitty de antaño se había ido, Kitty ya no existía y en su lugar, una florecilla mustia le devolvía la mirada. 
Kitty se fue lento, dándole la espalda a su reflejo, dándole la espalda a ella, pensando que no podría volver a mirarse y verse así, tan cansada, tan rota, tan triste, apretó los puños con fuerza.
Kitty ya no existía, y en ese momento, también murió la florecilla mustia. 

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