Buenos días, cielo.

Se había percatado de su presencia desde que entró, pero le gustaba que él pensara que no, siguió en lo suyo viendo su reflejo en el espejo junto a su escritorio, cuánto le gustaba sentirse observada por él, luego de un rato sonrió sin poder evitarlo y volteó a mirarlo.
-¿Qué pasa?- Preguntó. 
-Es sábado...- Murmuró él. -Vamos a bailar, llevas mucho rato estudiando.- Dijo acercánose a acariciarle la nuca.
Y era cierto, llevaba mucho rato estudiando, desde muy temprano, le apetecían unas cervezas, asintió levemente.
-Vamos a bailar.- 
Comenzó a organizar sus apuntes mientras él se arreglaba, no podía entender cómo lo hacía tan rápido, pero le encantaba verlo salir con la toalla en las caderas y mirar el clóset por unos segundos, ponerse una camisa, unos jeans, peinarse, verse guapo y oler a ese delicioso perfume que usaba.
Le acarició levemente la mejilla sintiendo su barba entre los dedos, y fue a ducharse, mientras se maquillaba lo vio observarla, la hacía sentir hermosa, como si no hubiese nada más que mirar, luego de un rato de probarse ropa se decidió por unos tejanos y una blusa con escote en la espalda, lo que más le gustaba de la ropa que dejaba su espalda al descubierto era que él siempre tocaba suavemente su piel.
-Vamos.- Susurró depositándole un beso en la mejilla.
Caminaron a un bar cercano a su departamento, otra cosa que adoraba de él, como caminaba de su mano con una sonrisa, la hacía sentir sumamente afortunada de tener a un hombre tan maravilloso a su lado. 
Al llegar ella fue por un par de cervezas, él era un caballero, pero ella adoraba que no quisiera hacer todo por ella todo el tiempo, cuando volvió él tomó su cerveza, ella alzó la botella.
-¿Y para los enfermos?- Preguntó sonriente.
-Salud.- Dijo él riendo. Amaba esa sonrisa preciosa que se hacía en su rostro, chocaron sus botellas y tomaron un largo trago, él la tomó por la cintura y la besó con fuerza, lo amaba, amaba que la tocara, que la besara, que existiera.
Ella comenzó a bailar al ritmo de una canción y mientras él la observaba, y puso su mano en la cintura de ella, la bajó lentamente hasta ponerla en sus nalgas, ella lo miró con los ojos entrecerrados, siempre fingía molestarse, pero no podía evitar adorar esos gestos, él soltó una carcajada y ella lo imitó, porque su risa la hacía feliz, adoraba escucharlo reír, era música, con lo que a ella le gustaba la música.
Bailaron durante algunas horas más, y al volver a casa ella sólo podía pensar en su tacto suave, así que al cruzar la puerta, le lanzó los brazos al cuello y lo besó con ternura. 
Lo tomó de la mano y caminó con él al baño, se desvistieron con tranquilidad e hicieron el amor en la ducha, lo amaba, amaba como la hacía sentir, amaba lo paciente que era, amaba que supiera cómo y cuándo le gustaba ser tratada.
Se quedó dormida en seguida, y durante la noche casi durmió sobre él, es que lo necesitaba más cerca, más cerca de lo que lo tenía normalmente, como si pudiera meterse en su piel.
Al despertar lo miró dormir durante un rato, era tan especial, tan fuerte, tan grande y a la vez tan vulnerable, pasó sus dedos pequeños por su rostro y sonrió, depositando un beso en su frente, se puso unas braguitas rosadas y la camiseta de él, se recogió el cabello y fue a lavarse los dientes.
Al salir él aún dormía, así que decidió prepararle algo para desayunar, encendió la música y mientras cocinaba cantaba las letras de un viejo rap venezolano, lo sintió acercarse, pero aún así se fingió sorprendida cuando él le dio una nalgada.
-Buenos días, princesa.- Le susurró.
-Buenos días, cielo.- Porque sí, era su cielo, y su mundo, y su vida.

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