Supongo.

Sentí que salió de mí con tanta urgencia, con tanto afán, que me quedó doliendo el pecho, intenté tomarlo, y mis dedos lo rozaron, pero se escapó antes de que pudiera esbozarle una última sonrisa.
Pude ver como volteó a mirarme antes de irse.
Pude ver el final en sus ojos grises.
Quise gritarle que volviera, pero no salía nada de mis labios.
Alcancé a escuchar algo, quizás una risa, quizás un quejido.
Aún me atormenta esa duda.
Tuve los labios secos tanto tiempo.
Y no pude llorar.
Y no puedo llorar.
Sonreí mirándome las manos, creadoras de letras absurdas, manos que hacen arte y a veces, tocan corazones y pieles calientes.
Comencé a reír, no podía parar de reír, reí hasta que me dolieron las mejillas.
Hasta que ya no pude más.
Y me apagué. 
Y deseé otras bocas.
Y sonreí a otra gente.
Y conté otros cuentos.
Y aún no se acaba el tiempo.
No se acaba, el recuerdo es más tenue, más lejano, más feliz.
Y ya no recuerdo lo malo, lo bueno no me apetece, lo peor ya pasó y lo mejor está por venir.

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